sábado, 16 de mayo de 2015

The King is Gone.


"The thrill is gone, baby. The thrill is gone away from me". Esto cantaba B.B. King, allá por los años setenta. Este fue el tema que lo llevó a la escena mundial, y el buque insignia del blues del siglo XX. El otro día fue él, el rey, el que se marchó. Se marchó buscando esa emoción que se le fue por aquel entonces. Espero que la haya encontrado.
Decía Nelson Mandela que la democracia es aquel sistema político en el cual el hijo de un granjero puede llegar a ser presidente. B.B. King -siendo hijo de un granjero-, llegó a ser más que presidente. Llegó a ser rey. Rey de todo un género músical, que esta semana llora la pérdida, que lo deja huérfano, de quien se lo dio todo, con su voz inconfundible, su estilo del delta, y su sonrisa sempiterna. Él ha sido uno de los mayores guitarristas de la historia del rock. Desde luego, el mejor dentro del blues, y uno de los privilegiados que puede entrar en ese Olimpo de la guitarra, habitado por Jimi Hendrix, Mark Knopfler y Eric Clapton, entre otros.
B.B. King no sólo fue un gran músico. Yo diría que fue la representación perfecta de lo que es un bluesman. Un hombre itinerante -en todos los sentidos-, sin una patria territorial, y con un corazón enamorado de la belleza de vivir, aunque quizá desprovisto de una cabeza fría para amar con toda la vida. Eso sería pedir demasiado a alguien que sólo ha conocido la penuria de los campos de algodón, y, después, los aplausos debidos a un genio, el éxito y la euforia del blues.
No era un mal hombre. Sólo un bluesman, alguien que camina, un genio sin otra patria que su guitarra y el corazón de las personas, enamoradas del sonido, triste y alegre, tranquilo y eufórico, del blues.
Nos veremos, Riley, tú le pondrás banda sonora a la Eternidad. Descanse en paz.

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